Esta obra es un modelado en yeso para una escultura homónima en bronce con la que Quintín de Torre obtuvo gran reconocimiento en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1930. Concebida en origen para un jardín, en la actualidad la escultura es propiedad de una colección particular, por lo que esta pieza adquiere un valor documental importante. Con ella, su autor se acerca al lenguaje simbolista abandonando los postulados próximos a la imaginería barroca que caracterizaron buena parte de su producción y que, en gran medida, le dieron fama.