El damasquinado es una técnica muy antigua, nacida en Oriente Medio, pero que alcanzó un enorme auge y desarrollo en la localidad guipuzcoana de Eibar en la segunda mitad del siglo XIX. El promotor fue Eusebio Zuloaga, un artesano eibarrés que comenzó estudiando el oficio de armero. Tras formarse en Francia y Bélgica vuelve a Eibar donde funda una fábrica de arcabuces primero y, más tarde, un taller para la fabricación de cañones y armas. No obstante, Zuloaga estaba más interesado por el arte del enriquecimiento del aspecto exterior de estas armas con incrustaciones de oro y plata.
El método que empleó fue incrustar oro sobre el acero mediante un picado romboidal muy fino que conseguía por medio de pequeños golpes con una punceta muy afilada. Sin embargo, fue su hijo Placido el verdadero revolucionador de la técnica, ya que introdujo el sistema de "estriado a cuchillo" que permitía lograr una mayor perfección en la superficie a grabar y además le dio nuevas aplicaciones, aparte del mundo de las armas, como la decoración en jarrones, ánforas, etc
El enorme éxito que tuvo esta industria hizo que surgieran un número importante de talleres, la mayoría formados por discípulos de Plácido Zuloaga. Entre ellos podemos destacar el formado por Clemente Sarasqueta, Cipriano Guruceta y Fausto Mendizabal.
Clemente Sarasqueta y Cipriano Guruceta fueron prestigiosos incrustadores de oro formados en el taller de Plácido Zuloaga. Hacia 1889-1890 establecieron estudio propio en Eibar junto al dibujante-proyectista Fausto Mendizabal. Trabajaron juntos hasta la muerte de Mendizabal, tras la cual, se trasladaron a un nuevo local donde siguieron trabajando hasta su separación.
El plato está dividido en ocho zonas decoradas de manera alterna con decoraciones vegetales de motivos renacentistas y faunos sonrientes con el damasquinado realizado en oro y plata. El centro del plato muestra a dos tenantes flanqueando el antiguo escudo de Guipúzcoa, al que rodea la inscripción "DIOS, FUEROS, PATRIA, REY"