Contemplamos una escena en los baños. Un momento en el hammam o baño árabe, cuya función, además de servir para la higiene y la relajación, es de reunión social. En la pintura advertimos un relato, en el que el artista parece señalar un síntoma de la moral y del puritanismo contemporáneo, al mostrar la naturalidad en el uso de los baños como parte de la rutina de la vida. Una ritualidad que se venía desarrollando desde la época de los romanos y que, parece ser, fue excluida de las costumbres sociales de la España del siglo xv bajo la mirada homofóbica de Isabel la Católica.
Vemos la realidad de la imagen, pero contemplamos una pintura. De tal manera que, una vez hemos comprendido el estado de atención en el que debemos situarnos, el disfrute está asegurado con la experiencia de descubrir el lenguaje oculto del cuadro. La obra de Guillermo Pérez Villalta, Los baños, es cuando menos inquietante. Y lo es por compleja, ya que al «vestirse» de pintura figurativa, parece narrarnos aquello que vemos; y bien sabemos que detrás de un cuadro se pueden esconder desde romances a traiciones, o ambas, pero siempre ocultas bajo pliegues, gestos herméticos y grandes arquitecturas compositivas.
Aparentemente sencilla, la pintura está dividida por dos grandes espacios, conformados por una piscina y una alfombra de baldosas en las que se repiten estrellas y semicírculos. Su centralidad y división del espacio nos recuerda las composiciones de Piero della Francesca, como también nos sugiere la forma de una balanza; pero además, sentimos que más allá de su sofrosine, oculta una tempestad de diagonales y líneas visuales, que contrastan con la relajada escena.
En la imagen existe un personaje central que está sentado al borde del agua, y que construye con su pierna derecha una traza visual, horizontal y paralela al cuadro; línea que, extendida, sirve de apoyo para su mano y, al mismo tiempo, corta el pene de su compañero el bañista. Este, le mira con semblante serio y perfil gótico, mientras gira su pie izquierdo para coincidir con otro, similar de una pareja sentada al fondo. La exacta posición de ambos produce un recorrido retiniano, que «casualmente» pasa por el centro geométrico del cuadro y roza el corazón de su compañero de baño. Sin duda, es una escena de amor ocultamente percibida. Este último, todavía sentado, mueve su pie derecho, que tiene introducido en la piscina, para sincronizarlo con aquel otro pie, ajeno y lejano, creando así una nueva vía donde apoyarse. Mientras tanto, el grifo no deja de evacuar agua y contempla de reojo la pierna que parece observar el llenado, y en su mirarse como amantes, estrían el suelo de baldosas para encontrarse en el centro del cuadro y descansar en el mismo punto donde se sienta nuestro personaje central. Calma tensa.
Ahora, desde el mismísimo talón y guiado por la mano, el bañista, como autorretrato previsible, proyecta un geométrico trazo que rebota con el banco de los baños para caer depositado en la mano de su amigo, después de que le haya ensordecido, en su pasar, el oído por el roce. Al final, miradas, pies y manos dibujan un entramado borroso que, bajo la apariencia de un delicado vapor, dejan entrever la discreta silueta icónica de una arquitectura invisible.
Juan Carlos Román
Exposición El arte y el Sistema (del arte). Acto 1. Colección Artium, 2017