Hockney entró en contacto con la obra de Picasso en su juventud, llegando a visitar la gran exposición de Picasso que organizó la Tate Gallery en 1960 por lo menos en ocho ocasiones. La muestra le sirvió para darse cuenta de que los artistas no tenían por qué ceñirse a un estilo concreto, idea que marcaría el resto de su carrera.
Poco después, en 1976, realizó una serie de veinte grabados titulada The Blue Guitar, inspirados en el poema The Man with the Blue Guitar (1937) de Wallace Stevens, que a su vez se inspiraba en El viejo guitarrista ciego (1903) del período azul de Picasso. Lo que le llevó a realizar estas obras fue su admiración por la capacidad imaginativa que tenía Picasso para transformar las cosas o el modo en que las vemos. Pero fue en la década de los ochenta cuando la reflexión sobre la obra de Picasso ofreció a Hockney un escape de la rutina del realismo a través de la espontaneidad, la ironía y la estética e ideas del cubismo. En 1980, la retrospectiva que el MoMA dedicó a Picasso suscitó en Hockney "de nuevo el deseo de pintar".