Como ceramista, a Durrio le interesó sobre todo investigar las posibilidades expresivas y decorativas de las tierras y de los colores sometidos al fuego. Adquirió sus primeros conocimientos técnicos en el taller del ceramista Ernest Chaplet, donde también aprendió Gauguin, a quien conocería en 1893, y consiguió que sus piezas, jarrones, floreros, ceniceros, de líneas sinuosas y decoradas con esmaltes, llamaran la atención de Mallarmé y Morice, entre otros escritores simbolistas. A comienzos de siglo, recién llegado a París, Picasso moldearía sus primeras esculturas cerámicas en el estudio de Durrio en Montmartre.
Como vestigio del tardorromanticismo con el que se inició artísticamente, Durrio conservó siempre el interés hacia los astros nocturnos (luna y estrellas) y los signos del zodíaco. Existen dos versiones en cerámica de esta misma pieza con tratamientos cromáticos diferenciados. Ambas se despegan notablemente de la tipología de florero convencional, al abrir el hueco lateralmente, señal de que el escultor trataba de separarse en su obra del utilitarismo heredado de la cerámica tradicional.